Vuelves a doler,
más incluso que hace un año.
Y tengo la necesidad imperante
de llamarte, escribirte o entregarte mi vida.
Total, ya es y siempre ha sido tuya.
Cuídala, tanto como yo no he hecho.
Arrópala, acaríciala, déjala soñar contigo.
Y quiérela, sobre todo quiérela.
No he sido consciente de un error
que ahora pesa mucho más
que mil barcos de acero puro
cansados de naufragar.
Hoy empiezo a echar de menos
que al girar mi cuerpo al despertarme
no sigas durmiendo al otro lado,
evadiendo las alarmas.
No puedo hacerme a la idea
de tener que comportarnos como extraños
después de conseguir darnos la vida,
mutilando los fantasmas del pasado.
Duele tanto
no saber de ti durante días…
He intentado hacerme el fuerte,
ya sabes,
tratando de convencerme de tu ausencia,
siendo mi propia prioridad.
Mentira todo.
Porque dime,
¿de qué sirve aparentar
que no me importa nada de esto
si por dentro estoy completamente hundido?
Porque, si somos el reflejo del alma,
¿de qué sirve que me fuerce a ser yo mismo
si desde hace un tiempo
solo pienso en un “nosotros”?
Quizá lo único que aviva mis entrañas
es mantener esa esperanza
que me obliga a resistir en mi trinchera
esperando a que tú, yo, o ambos
tengamos el valor suficiente
de tragarnos nuestro orgullo
y sacar bandera blanca.